lunes, 9 de septiembre de 2013

Me encanta ver cómo me arrancan el corazón.

Me asomo a la terraza y veo una bandada de pájaros volar. No sé hacia dónde se dirigen, solo sé que me gustaría ir con ellos.
Alejarme de todo lo que me rodea y de cuantos me rodean. De aquellos que preguntan qué sucede y de aquellos a los que les da igual. Irme a cualquier lugar. Me dejo llevar.
El problema es que no puedo alejarme de todos. Aunque me vaya lejos no voy a conseguir dejar atrás al peor de los demonios que jamás he conocido. Siempre irá conmigo.
Sentarse en el tejado mirando al cielo. Solo me falta el cigarro. No fumo, de momento.
Al fin y al cabo siempre he pensado que no quiero tener nada malo en el cuerpo, que quiero vivir sana. Pero ahora... ¿para qué?
Sé que no estáis entendiendo nada, pero yo si. No creo que fume, pero mira, tampoco creía en los monstruos hasta que me conocí.
El único camino hacia la felicidad se encuentra después de saber convivir contigo mismo, con tus emociones, con tus sentimientos.
Creo que yo me estoy equivocando de camino, pues.
Dicen que la vida es un juego, pero yo no estoy segura de que sea yo la que tenga que jugarlo. Parezco más bien un títere. Es la vida la que juega conmigo.
Pero todos los muñecos viejos acaban rompiéndose, y creo que mi corazón es un muñeco con demasiados trozos perdidos. Corta a cualquiera que se adentre en él. Como una trampa para osos, pero sin quererlo.
Y, ¿si yo desapareciera algo cambiaría? Tantas veces con esa pregunta en mi cabeza. Ojalá supiera quien lloraría por mi, quien no dormiría tranquilo y quién pensaría que me echa de menos.
Nos dicen que no miremos al pasado pero que aprendamos de los errores cometidos. Todo muy confuso. Es como a un niño que le dices que no toque algo y lo toca. Igual.
Y duele ver cómo te haces daño por fuera intentando matar lo que sientes por dentro.

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