domingo, 8 de septiembre de 2013

Llueve sobre mojado.

Vivimos en constante movimiento. La vida sigue y se hace más pesada, pero sigue al fin y al cabo. Pero es muy jodida.
Vas en el coche, escuchando canciones que ponen en la radio, canciones que no te llenan del todo. De repente... ¡oh! La canción... Encuentras la canción que por fin buscabas, la que te llena, la que te embriaga y te hace sentir genial y, ¡joder! ¡No! ¡Otra vez no!
Un túnel.
Dejas de escuchar la canción. Justo se han cruzado el túnel con la canción, ya no la oyes, ya no te sientes bien. Ahora sientes rabia, ¡joder! ¿Por qué siempre me pasa lo mismo? ¿Por qué tanta mala suerte?
Espero que entendáis la metáfora de mi vida, tal vez no, tal vez si. Me da igual, ya nadie me entiende.
Antes sí. Ahora no. Y todo cambia en milésimas de segundo. Cómo sube la marea y cómo baja. Tienes que tener cuidado de no confiarte o el mar te tragará. Sal de la orilla, estás en peligro, demasiado confiada. Sube la marea. ¡Cuidado! Sal corriendo. ¡Joder! Duele correr en una playa llena de piedras. ¡Arg! ¡Duele! Pero tienes que huir, te has confiado y tienes que elegir, o te traga el mar o sufres por salir de él.
Que agotamiento. Llegas a casa, te tumbas y no puedes evitar revivir todo. Recordarlo. Incluso sientes demasiado, sientes aún el golpe de tus pies al dar contra las piedras, al correr, al huir. Lo sientes cuando estás tumbada en la cama mirando hacia un techo que ojalá no estuviera.
Afuera llueve y yo quiero mojarme.
Te levantas, no quieres seguir sintiendo nada ni pensando en nada. ¿Música? No, hay canciones que recuerdan personas, momentos, situaciones, emociones. No es lo que quiero, no quiero sentir. ¿Y si me duermo? Difícil, soñar también es duro si al levantarte recuerdas lo soñado.
¿Qué hago entonces? Voy a hacer lo que debí hacer hace mucho tiempo.

Bajo los escalones. Llego a la cocina. ¿Un vaso de cristal? Sí, eso servirá.
Abro la puerta y salgo a la calle. Sigue lloviendo y mis lágrimas son un poco más cálidas que el agua que cae del cielo estrellado. Porque es de noche y se ven unas pocas estrellas. Pero también está nublado. Es extraño, pero me acostumbro a lo raro.
Se oyen coches pasar y salpicar, perros ladrar. Huelo el aire; tierra mojada. Sensación de nostalgia. ¿Por qué? Ni idea. Sigo con el vaso en la mano, con un pijama que apenas me cubre el cuerpo. Es final de verano, hace un poco de frío pero no es lo que me preocupa ahora. Estoy descalza, pisando el barro y alguna que otra piedra. Y vuelvo a recordar. Tengo que huir, dejar de pensar.
Llueve sobre mojado.
Tiro el vaso con fuerza hacia el suelo. Por suerte no me corto. (¿Por suerte?) Y me siento en el suelo mirando los pedazos. Hace apenas un segundo el vaso estaba bien, con algún que otro rasguño pero en buen estado y ahora está partido en demasiados trozos, es imposible que se arregle. Y la culpa de haberse roto ha sido mía. Vuelvo a sentirlo, esa horrible sensación. Tengo que dejar de pensar. ¿Y si camino por encima de los cristales? Me lo planteo. El dolor te hace sentir viva, ¿no? Pero no lo hago. ¿Por qué? Porque sigo mirando los pedazos y sigo pensando en que yo he sido el problema, yo he sido quien lo ha roto. ¡Yo soy su problema! ¿Y sabéis lo más paradójico? Que he destrozado a mi vaso favorito.

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