La emoción más primitiva del ser humano es el miedo.
Ni la soledad, ni el amor, ni el dolor.
El miedo a la soledad, al amor, al dolor.
Es comer angustias día tras día y asistir a doctores que te medican contra tu explosión.
No nos engañemos, pocos cortan el cable correcto, los demás posponen la detonación de ese jodido miedo que tienes dentro y no sale ni con dulces cantos de sirena.
Dentro, muy adentro, configurando tu vida y destronando al resto de emociones, creando estalactitas que gotean con lentitud un dolor pequeño pero intenso.
Uniendo heridas en una sola dirección, porque viceversa no quiere unirse a la relación.
Inaguantable.
¿Sabes cómo se siente?
Viajar en tren y que descarrilen los sentimientos, digo.