Tengo el corazón en un puño. Y lo aprieto. Y lo dejo sangrar.
Noto esa sensación de dolor en el pecho, algo haciendo presión en él.
Hace veinticinco grados en la calle, pero por dentro siento un frío casi imperceptible.
Me tomo un café, por el cuál me quejo. La taza arde, pero el café está templado.
Vaya, como yo.
El sol se oculta tras una espesa niebla y no puedo evitar sonreír. También me recuerda a mi, cuando escondo mi tristeza tras una sonrisa simulada.
Camino por la calle y pienso. El gris ha tomado gran importancia en mi vida; a veces difuminado claramente, a veces oscurecido. Pocas veces ha tornado a negro, y no lo recuerdo convertirse en blanco, cuya connotación podría decirse que es la paz.
No, en blanco no. ¿Paz en mi interior? Esto parece territorio hostil.
Y para calmar las escaramuzas, escucho música. Podría decirse que sirve como bandera blanca, símbolo de paz y rendición por unas horas, hasta que se apaga, y la guerra continúa.
De vez en cuando, en mis sueños, el propio subconsciente crea un motín y, bueno, empieza la pesadilla.
Así que supongo que mi vida interior se resume en Help de The Beatles, pero sé que acabaréis cantándome Fix you de Coldplay.
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