viernes, 7 de marzo de 2014

No es tan fácil apagar los pensamientos.

Las tres y cuarto de la madrugada. No puedo dormir.
No oigo nada, no veo nada. Está todo oscuro y silencioso. Y cierro los ojos.
No pretendo dormir, solo quiero sentirlo; sentir la tranquilidad de la noche, escuchar el silencio... Y susurro un 'lo siento'. Y se lo dirijo a la persona que más estoy jodiendo: a mi.

Las siete de la mañana. Me levanto con ojeras. Apenas he dormido.
No oigo el silencio, no veo la oscuridad. Comienza el día.
Me levanto con el pie derecho, con el izquierdo doy el primer paso. Y me tuerzo.
Me quito el pijama y me meto en la ducha. Dicen que es mejor el agua fría, que te despeja, pero yo soy más de quemarme, de sentir.
Bajo a desayunar: una taza de café, cargado, muy cargado. No me quitará las ojeras pero me ayudará a no dormirme en cada esquina. Hay bollos, galletas, cereales, y todo tipo de apetitosos alimentos en la mesa. No cojo ninguno, llevo tiempo pensando que hay algo que me quita el hambre.
Me voy al instituto. Empieza la rutina. Llego, saludo, me saludan. Me siento y miro por la ventana, solo quiero evadirme. La realidad me aburre. Me cruzo por los pasillos con gente que no me conoce, que no sé si piensan que estoy feliz o que no. No sé qué cara tengo. Me cruzo con un par de personas, tal vez tres, que saben que por muchas caras que ponga, mi interior no se mueve de su mueca habitual.
Vuelvo a casa. No me apetece hablar, pero supongo que tendré que cruzar algunas palabras con mis familiares para que piensen que va todo bien. Subo arriba, a mi habitación. Dejo las cosas y vuelvo a bajar. Necesito un descanso, y pasear al perro con música es el mejor descanso posible. Cuando vuelvo me hago un poleo, un té, o lo primero que encuentre, y vuelvo a subir a mi habitación. Y oigo gritos. No sé si son para mi, para mi hermano, o son simplemente gritos. Me intento convencer de que me da igual. Sigo a lo mío: música, deberes y series. Siguen los gritos.
Bajo a cenar. Apenas hablo. Vuelvo a subir. Me tumbo en la cama a escuchar música. Siguen los gritos.
¿Sabéis? Antes mi habitación era mi refugio. Ahora es el campo de batalla. No tengo refugio. No tengo nada.
Dejo la música, ya me cansa. Me siento vacía e incluso los típicos 'buenas noches, te quiero' de varias personas, me dan igual. Pero no me dan igual. No sé si me explico. Y, tras todo esto, apago la luz.

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