martes, 27 de agosto de 2013

Merece la pena.

Hay que saber por quién complicarse la vida. Hay que saber elegir bien entre lo que quieres y lo que es bueno para ti. Por suerte a veces lo que es bueno y lo que quieres están inmersos en un mismo ser, aunque a primera vista todo parezca muy turbio. Pero al fin y al cabo las apariencias engañan, y solo uno mismo sabe que es lo que puede llegar a hacerle feliz. Hay que saber por quién dar la vida, por quién llorar y por quién reír. Hay que saber diferenciar entre lo que puedes hacer y lo que no, saber cuales son tus límites. Qué cojones. Ya estoy harta de límites, de ponerme barreras yo sola. Ya va siendo hora de coger carrerilla y saltar el puto abismo, aunque caiga y me estrelle. Ya tengo un colchón, ya he caído tantas veces que ya no siento ni el dolor. Por una vez más no pasa nada. Es que me da incluso igual. Me da exactamente igual si me tiro del precipicio y siento dolor, va a merecer la pena. Estoy segura de ello. He tardado en darme cuenta pero las cosas fáciles no son las que merecen la pena, por eso me complico la vida por algunas personas. Porque así sé que si merece la pena, que sí merece la pena cada sonrisa falsa con una lágrima entrecortada, porque merece la puta pena. Y no voy a parar hasta conseguirlo. Como para un payaso la sonrisa de un niño es su mayor debilidad, yo voy a hacer sonreír a quien quiero. Y eso merece la pena.

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