jueves, 2 de octubre de 2014

Fénix o no.

Cuando pedir abrazos se convierte en una indirecta, una indirecta a la que se adhiere gente que te abraza mientras le clavas una espada por detrás por puro egoísmo de no ser quienes quieres que sean. Porque tú lo que quieres es que te abracen con brazos fríos y corazón caliente, que eso es lo que te saca una sonrisa o te arranca un llanto. Porque llorar en un abrazo, que has dado tú o que te han dado a ti, siendo tú quien llora o siendo a ti a quien lloran, no está sobrevalorado. Y es que hay que fijarse en que hay hombros que son el mejor de los loqueros, que no necesitas una charla para sentirte mejor, ni un te quiero, ni un 'va a salir bien', que con un hombro es suficiente.
Mucho se habla de la gente que no se quiere una mierda, y poco se habla de lo bien que se sienten al sentirse apoyo, que no apoyados. No sé, tal vez deberíamos mirar todo desde otra perspectiva, que el que llora, sin darse cuenta, puede apoyarse en una barandilla rota y arreglarla, sin más. Que el ave Fénix se muera de envidia con esto.
Aunque ver llorar a alguien siempre duele, siempre te arranca un pedazo de ti. Que hay lágrimas que arrancan la piel, que hay corazones que se transforman... Que no sabré darte consejos, ni decirte cosas bonitas que te saquen de este fondo que cavaste y te ayudaron a cavar, no tendré la capacidad de arrancarte una sonrisa con un 'buenos días', pero oye, que tiempo tengo y no creo que haya nada que merezca más la pena que tumbarme contigo en el hoyo y enseñarte lo bonito del cielo. Porque si no te sé sacar de ahí, al menos te haré ver lo que hay más allá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario