Hazlo, no te arrepentirás. Haz que tus cuerdas vocales se rompan, y que tu garganta sufra un quemazón insufrible. Haz que las palabras salgan solas, y que tu voz salga despedida a velocidades trepidantes.
Primero, piensa el por qué del grito. Proyecta una imagen del por qué vas a despejarte. Luego, tras conseguir esa figura, obsérvala durante algunas milésimas de segundo y cuando tu corazón comience a ir a mil por hora, cuando tus músculos se contraigan y tu cerebro te ordene dar golpes, abre la boca, inspira el aire, y... ¡GRITA! ¿Sientes el dolor que obtiene tu garganta, la rabia que es efímera, el escozor en tus cuerdas vocales, el vibrar de estas? Y sobre todo, ¿lo oyes? ¿Ese quejido, ese gemido, el lamento que expulsas al gritar?
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